sábado, 22 de septiembre de 2007

“Hacia una evaluación auténtica del aprendizaje” (Pedro Ahumada, 2005)

El tema de la evaluación ha sido, en muchas oportunidades, centro de críticas y análisis durante nuestros encuentros en el curso. He escuchado buenas y malas experiencias: ¡Mi profesor me hacía repetir los contenidos de memoria en las pruebas! ¡A mí me hacían aplicar la materia, pero nunca me fue bien! ¡Nunca pasó esto en clases y lo preguntó en la prueba!...En fin, estas situaciones son las que hacen reflexionar a Ahumada acerca de qué está pasando con la evaluación, de qué forma y qué están evaluando los decentes y sobre todo, si logran un aprendizaje efectivo en los estudiantes. Como respuesta y tesis del texto, el autor nos afirma que la evaluación tradicional basada en pruebas está en decadencia pues no satisface las demandas educacionales de los alumnos y el sistema educacional actual abre las puertas a una evaluación auténtica centrada y ligada al proceso de enseñanza-aprendizaje.
La evaluación tradicional implica sólo un conjunto de acciones orientadas a la obtención y registro de información cuantitativa (expresada en número o grado) sobre cualquier hecho o comportamiento. Así, la evaluación es sinónimo de medida de materia educativa, encargada de verificar sólo contenidos factuales, conceptuales cuyo dominio debe ser demostrado por los estudiantes en una prueba de respuesta objetiva (Ahumada, 2001). En consecuencia, resulta difícil que el estudiante se desligue de estudiar por la nota más que por adquirir ciertos aprendizajes; si hiciéramos una encuesta a nuestros compañeros, me atrevería a decir que el ciento por ciento de ellos no se acuerda de un contenido porque como no lo entendía se lo aprendió de memoria, simplemente por obtener un azul o aprobar el ramo y cuando los profesores nos preguntan por ellos respondemos MATERIA PASDA, MATERIA OLVIDADA. La sociedad se encarga de profundizar dicha concepción, pues todo es en base a la calificación: obtener becas, ingresar a la universidad, él es más inteligente, acceder a un puesto de trabajo, entre otras. No confundamos evaluación con calificación.
El sistema alternativo que nos plantea Ahumada es perfecto: se centra en el proceso más que en los resultados. Cuántos años no hemos sido objeto de pruebas, exámenes, test, las temidas interrogaciones orales, todas centradas en examinar nuestros aprendizajes (Ahumada, 2005). Pero ninguna se realiza antes o durante el proceso de enseñanza, sólo al final de una unidad nos realizan el “control de calidad”; en esta situación cae la mayoría de los docentes. Para este sistema de evaluación no existe el alumno estándar, por lo tanto la enseñanza y la evaluación deben respetar las diferencias individuales, los distintos ritmos y estilos de aprendizajes de los estudiantes (Rodríguez, 1998). La evaluación es un proceso más que un suceso, es una instancia de aprendizaje donde no sólo es el alumno el que aprende sino que también el profesor. Para esto, la evaluación debe proporcionar oportunidades para ensayar, practicar, consultar, recurrir a diferentes recursos y obtener retroalimentación.
La evaluación alternativa es un enfoque que da importancia a las concepciones previas del alumno, desea conocer qué es lo que sabe hacer (Ahumada, 2005). Si no ejecutamos esta innovación, sólo nos dedicaremos a evaluar contenidos de memoria y no incluiremos situaciones de la vida real y problemas significativos de naturaleza compleja; para que el alumno comprenda nuestra información, y sobre todo si es ciencia, debe ser significativa para él, contextualizada y responda a su sed de conocimiento. Es como el ejemplo de la forma de la Tierra, en la que el alumno cree que es plana pero el docente dice que es redonda; luego él se la imagina redonda, pero como un panqueque. Bajo este sistema de evaluación, el docente debe buscar las estrategias necesarias para cambiar las concepciones del alumno para que adquiera el conocimiento verdadero y sea efectivo.
Con su información, el autor nos invita a reflexionar y pensar en esta nueva alternativa de evaluar, que tomemos conciencia de los beneficios que tiene tanto para los estudiantes como para nosotros mismos, los docentes en formación. Muy pronto seremos los guías de las futuras generaciones, a ellos debemos transmitirles nuestro saber sabio ¿Cómo? Bueno, realizando evaluaciones diagnósticas, formativas y dándole menos importancia a lo sumativo, apuntar nuestras enseñanzas a una perspectiva globalizadora pues trabajaremos con jóvenes que nacieron en una época tecnológica y la informática es su especial interés. Emplear la auto y coevaluación, privilegiando los aprendizajes logrados por el estudiante y los procesos de aprender a aprender (Ahumada, 2001); pero en esto debemos tener cuidado, dado que los alumnos se aprovechan de la autoevaluación para sobreestimar o desvalorar sus aptitudes, sólo en pensar en los ochenta y noventa que mis compañeros se colocaron en la autoevaluación del semestre pasado en Currículo I por no verse en riesgo de reprobar, confirman mi advertencia. No hubo conciencia de dicho proceso, muchos debieron hacerse responsable de su aprendizaje y reconocer sus falencias y ventajas en forma objetiva. Este último aspecto es fundamental para que el estudiante se comprometa con su propio aprendizaje y por medio de la evaluación mida el logro de sus metas.
No puedo deja de mencionar que implantar esta innovaciones en evaluación es un tanto complicado, el papel lo aguanta todo y llevarlo a la práctica puede resultar difícil pero no imposible. Ya la profesora María Teresa nos ha entregado una serie de documentos con nuevas formas de evaluar que coinciden con este enfoque auténtico y nuestra misión no es guardarlos en carpetas hasta que se deterioren sino que aplicarlas y darles un buen uso. Démonos el tiempo de preparar las evaluaciones, de nuestra dedicación depende los logros de aprendizaje de nuestros futuros alumnos.